Escena Inmortal

Un niño se embeleza con las estrellas desde su ventana. Escucha a su padre volver a casa, bastón en mano, para darle una golpiza. Antes que el hombre abra la puerta el chico ha trepado al techo, fuera de la casa, baja y corre enmedio de la noche.
No huye, busca su lugar.
Llega a un lago de aguas calmas, la Luna se refleja en el agua, las estrellas se bañan con ella. El niño se recuesta, flota, flota entre constelaciones, en su hogar.
Esa imagen ha permanecido conmigo desde hace años, unos 12 mas o menos, y hace rato la aluciné de nuevo. Pertenece a "Immortal Beloved" de Bernard Rose, y está sonorizada con la Novena Sinfonía de Beethoven. No es para menos, pues el filme hace recuento de algunos misterios de la vida del genial compositor sordo.
Como filme es bueno, aunque algunas tomas largas le rompen el ritmo. Al menos respeta la inteligencia del observador y construye una trama elegante donde hay que ir hilando las diferentes escenas como en rompecabezas -sin que sea necesario un alucinógemo como en el "Paganini de Kinski"-.
Sin embargo con mucho esa escena es la mejor, aún con sus fallas y limitaciones técnicas. Más empecé a esbozarla para una pintura, en cada ocasión me sentí plagiario e incapaz de hacer justicia a la emoción que elevó a las estrellas cuando la ví.
A fin de cuentas esos son los regalos que nos hacen amar el cine, esos momentos que trascienden miles de horas de filmes palomeros y nos hacen sentir más que humanos, al tiempo que felices de pertenecer a la misma raza del creador de esas imágenes. Se convierten en un parámetro en la vida, recuerdos que marcamos con una estaca para poder volver a ellos fácilmente y revivirlos, en medio de vivencias menos afortunadas, para conseguir una sonrisa y algo de esperanza.