sábado, febrero 11, 2006

La chica al centro


«Si cuando un hombre lobo muerde a un humano le pasa su maldición, ¿Que pasa cuando muerde a un pez dorado?», eso pregunta Neil Gaiman -guionista de «Sandman» y autor de «Buenos Presagios», «American Gods» y «Neverwhere»- en un ensayo acerca de la creatividad. «¿Que pasaría si...?» es una de las preguntas claves al momento de crear una historia según él y es una pregunta que a diario nos hacemos.

¿Que pasaría si tuviera 20 millones de dólares? ¿Que pasaría si me encuentro con Keira Knightley y me mira con ojos fascinados? ¿Que pasaría si me reclutara Morfeo a la Matrix? Esas y mil otras variantes despiertan nuestras fantasías y miedos internos, los mismos que se emulan en las películas para que cuando vamos al cine no nos sintamos en la butaca, sino en la pantalla.

Salimos del cine cazando vampiros o pilotando naves espaciales, volteamos a un lado y vemos al musculoso niño rico que pasea con la porrista y lo destazamos con un sable láser mientras «rescatamos» a la damisela del monstruo que la acompañaba.

La respuesta a esas preguntas ociosas suelen colocarnos como héroes de una minihistorieta, no es para menos, si es nuestro sueño no tenemos porque dejar que Brad Pitt se quede con NUESTRA Angelina Jolie... ni que el fulano que nos cae como hígado se quede con esa chica que nos encanta -aunque, probablemente, el tipo nos caiga mal sólo por que ella lo prefiere a él-.

Esas preguntas y sueños nos son comunes a todos. Tanto como los desamores que compartimos después del tercer pisto y nos hermanan con el resto de los desconocidos que están igual de borrachos -resulta que todos vivieron lo mismo-. Son los sueños que esculpen a los héroes.

Ser un espía internacional que viaja a todo puerto exótico, posee los más avanzados gadgets y autos, le basta extender un brazo para que una top model aparezca en él y asesina impunemente a cualquiera que se le interponga. Suena elaborado, pero a James Bond le ha valido cuatro décadas de éxito. Al final de la película diremos «que colgado», pero seguimos recordando el bikini de Halle Berry o los labios de Denisse Richards -el resto de ella no lo lucieron como hubieramos querido-.

Bond personifica al héroe «azul marino», como bien le bautizó una amiga cinéfila, el estereotipo de los deseos masculinos cuando la testosterona ataca. Su versión moderna sería Vin Diesel en «XXX», que tiene las mismas características, pero se actualiza con los deportes Xtreme. Uno se queda con Berry, el otro agandalla a Asia Argento.

Ambos funcionan para las puñetas mentales de una noche de pisto y rock.

Pero hay otros héroes para cuando la melancolía diluye a la testosterona y han dado base a las comedias románticas estudiantiles de los ochenta y noventa. Los papeles que entonces se disputaban Patrick Dempsey, John Cusack y Matthew Broderick... el chavo nerd o común y corriente que vivía secretamente enamorado de la princesa de la escuela o jefa de porristas. Esos que sólo buscaban la oportunidad de que la bella en cuestión les conociera para enamorarla.

Dempsey fue el más curioso, en «No puedes comprar amor (Can't buy me Love, 1987)» contrata a su amada para que finja ser su novia y ser aceptado. Consigue la aceptación, se queda con la chava y luego pierde todo por dejar de ser él mismo. Ese era el problema con esos alucines, tenían que golpearte con la moraleja y, a veces, convencerte de que la freak -como tu- a lado tuyo era quien te convenía.

Al menos hoy en día -gracias a Bill Gates, Steve Jobs y otros- el prototipo de nerd esta mejor valorado, «no te burles del nerd de hoy, que será tu patrón mañana».

La moda misma favorece actualmente al tipo flaco y con aspecto desgarbado, al hippie, grunge o darketo, en reflejo del héroe con más cerebro -o ingenio- que músculo. Bill y Ted han tenido la excelente aventura de subir a pasarelas y ver a otros pagar una fortuna por vestir como ellos.

Obvio, esos son los héroes que es más factible que se parezcan a uno - a menos que nuestro ideal sea ser un príncipe azul Televisa- y son los que dan las ideas para los alucines donde la heroína es fulanita, la que se sienta allá, y no Charlize Theron o Carmen Electra.

Lo que tienen ambos tipos de héroes en común es quedarse con la chava, para los primeros temporalmente -la chica es desechable, a fin de cuentas- para los segundos con miras permanentes. Ese suele ser el detonador de los soñadores, la ausencia de chava.

Un último tipo es el antihéroe al estilo Rick, de «Casablanca». Lo repite Michael Paré en «Calles de fuego», lo deja en duda Adrien Brody en «Regresiones»... es el que salva a la chica para luego darle la espalda. Es un tipo menos común, ideal para los ratos de "ardido" que todos tenemos.

Y aún así, alrededor de la chica giramos.

Fotos: Warner y MGM